La enfermedad de Parkinson (EP) es una enfermedad neurodegenerativa lentamente progresiva que afecta a personas alrededor de los 58 años, (aunque los individuos más jóvenes no están exentos).
Es causada por la muerte de las células productoras de dopamina (neurotransmisores presentes en la sustancia nigra compacta) y las células productoras de acetilcolina (presentes en el núcleo pedunculopontino).
La pérdida de dopamina conduce a la reducción de la actividad en las áreas de la corteza motora, disminuyendo de este modo los movimientos voluntarios.
Por otra parte, la pérdida de células pedunculopontinas produce una contracción excesiva de los músculos posturales.
El cuadro clínico es fundamentalmente motriz y varía de un paciente a otro, este se acrecienta cuando el enfermo está nervioso o si se siente observado (incluso, al inicio los síntomas pueden darse únicamente en estas situaciones).
Síntomas de la enfermedad de Parkinson
Los síntomas más característicos de la enfermedad de Parkinson son los siguientes:
Temblor: es el síntoma más característico y precoz, consiste en la aparición de movimientos involuntarios que tienden a ser estereotipados, repetitivos e irregulares y que se producen por las contracciones de los músculos antagonistas recíprocamente inervados. Se inicia en una mano incidiendo sobre todo en los tres primeros dedos (causando que la motricidad fina o de precisión se vuelva progresivamente más complicada) y posteriormente se extiende al pie del mismo lado.
Rigidez: Aumenta el tono muscular provocando una contracción muscular y resistencia constante al movimiento. La rigidez comienza en el tronco y en el cuello afectando después a la musculatura facial (causando Facies de jugador de Póker) y a los músculos flexores acompañándose en ocasiones de dolor muscular o articular.
Bradicinesia / Hipocinesia (disminución del movimiento y sin movimiento automático) y acinesia (ausencia de movimiento) que se caracterizan por una incapacidad para iniciarlos y llevarlos a cabo. Ambos están asociados con una tendencia a asumir y mantener posturas fijas, siendo afectados todos los aspectos del movimiento, incluyendo el arranque, el cambio de dirección y la habilidad para detener un movimiento y volver a iniciarlo.
Inestabilidad postural: dificultad para mantener el equilibrio y caídas frecuentes (signo de la progresión de la enfermedad). Esto se debe a la incapacidad para llevar a cabo los ajustes posturales anticipatorios pertinentes y adecuadamente regulados.
Alteración de la marcha: Pueden sufrir un bloqueo o imposibilidad para la marcha (congelación) o presentar un aumento progresivo en la velocidad (festinación), acortamiento de los pasos arrastrando los pies y con dificultades para detenerse. También se produce una postura flexionada típica, con ausencia de braceo y disminución del desplazamiento angular de las articulaciones de las extremidades inferiores.
El lenguaje verbal es normal al comienzo, pero conforme la enfermedad avanza el habla se vuelve lento, monótono y mal articulado hasta llegar a un murmullo inteligible.
Alteraciones cognitivas: disminución de la capacidad para mantener la atención, la concentración, recordar acontecimientos o detalles y para organizar su día a día, dificultades para seguir conversaciones complejas, resolver problemas complejos y elaborar pensamientos rápidamente. Todo ello es susceptible de mejora tras realizar tratamiento específico.
Como síntomas de carácter más secundario podemos encontrar: afectación de la escritura, dolor músculo-esquelético, hiposmia, insomnio… también pueden aparecer otras alteraciones, como psiquiátricas (depresión en un 40-60% de los pacientes), digestivas, cardiovasculares, respiratorias, urológicas o del sueño (alteración de la fase REM de manera precoz).
No existe un diagnóstico clínico de la enfermedad de Parkinson debido a que no existen pruebas de laboratorio, examen radiológico u otras pruebas que puedan revelar su aparición.
Posibles tratamientos para el Parkinson
El tratamiento para el Parkinson puede incluir la farmacología, cirugía y el abordaje mediante la fisioterapia y terapia ocupacional.
La intervención farmacológica implica típicamente la aplicación de agonistas de la dopamina: bromocriptina, pergolida, ropinirol y otros, que controlan los síntomas de la enfermedad a través de la estimulación de las células supervivientes de la sustancia negra, que funcionará de manera más activa.
También hay un método quirúrgico que consiste en la aplicación de electrodos en varios ganglios basales del cerebro que son estimulados por una especie de marcapasos (esta técnica ha mejorado en gran medida y permite el control de los síntomas, pero la principal desventaja es que demanda muchos recursos humanos y técnicos de alto coste).
Con el paso del tiempo y a causa del tratamiento dopaminérgico se pueden ocasionar discinesias (alteraciones motrices), alteraciones de reflejos posturales o de enderezamiento, deterioro “fin de dosis” (wearing OFF) y una respuesta correcta al tratamiento (wearing ON) además de una oscilación entre ambas etapas.
En general, cualquier enfermedad, sobre todo neurológica, el paciente se beneficia más de un tratamiento integral e interdisciplinario.
El rol del Terapeuta Ocupacional en la actuación con un paciente con EP es ayudarle a mantener el nivel habitual de sus actividades de la vida diaria (AVD) como por ejemplo cuidados personales, laborales y recreativos durante el mayor tiempo posible. Para ello, este profesional trabaja las AVD y la realización de transferencias de forma segura.
Cuando no es posible mantener las actividades rutinarias, los terapeutas asesoran y colaboran con el paciente para conseguir la aclimatación a la EP y la acomodación a su ambiente físico y socio-laboral desarrollando así nuevos roles y actividades además del asesoramiento en la adaptación del entorno.
Los objetivos de la fisioterapia en pacientes con EP son favorecer la seguridad y la independencia mediante la mejora de las transferencias, los alcances, agarres, equilibrio y la marcha, corregir la postura corporal instaurada por la enfermedad, preservar o mejorar la capacidad física, prevenir el riesgo de caídas y estimular las actividades funcionales mediante la postura y el movimiento.
Todo ello para mejorar el bienestar y la calidad de vida, reduciendo las limitaciones en diferentes actividades.
Las metas de cada tratamiento fisioterapéutico se determinarán según la fase:
En la fase temprana se busca prevenir la inactividad y el miedo a las caídas, además de preservar la capacidad física aeróbica, muscular y articular.
En la fase media se trabajarán las transferencias, la postura corporal, la mejora del equilibrio, la marcha y las actividades funcionales.
En la fase tardía (paciente en silla de ruedas) el objetivo será preservar las funciones vitales (tratamiento orofacial y respiratorio) y prevenir las complicaciones (úlceras por presión).
En MOV Rehabilitación ponemos a su disposición un amplio equipo multidisciplinar, así como una piscina terapéutica donde podrá recibir un tratamiento en un medio inestable y la vez seguro, rodeado de estímulos sensoriales, que permite trabajar en ingravidez a la vez que le ayudará a mejorar/mantener su capacidad física.